Amigos, familia y conocidos

No se muere aún



No se muere aún…
Pero acuso al tiempo ingrato que se pasa sin acariciar el corazón de la selva, 
sin sentir el aroma de las jacarandas.
*alattkeva


Quisiera reposar mi cabeza en tu pecho, dibujar mi poesía sobre tu piel de los silencios y, desnudar el vientre que me trajo. Escribir todos los poemas con mis besos, pues sé que anhelas una caricia verdadera. No dejarte desnuda y falta de ternura, no  quiero solo llenarte de mis harapientos poemas de ilusiones. Sino, ver el vuelo de la luz por tus ojos, posarse en mí. Conocer el trazo que nos separa en el tiempo.

Sabes que me extravío en la placidez de mis versos, en la transparencia de las palabras, en el alma de las cosas y en el veloz auriga que me lleva hacia tu historia, para convertirte en cítara y arrancar sonidos de placer en tus labios. Pero sigues siendo la niña de cafetales expuesta al peligro, jugando con arañas y escorpiones, arrancando hortalizas o colgándose de lianas o helechos de los árboles; atravesando a nado los ríos y subiéndome a los árboles tentada por los mangos y los guayabales. Voy convirtiéndome en camino de memorias en la travesía de mi ayer colmado de alegrías, voy por debajo del puente del río con mi remar de sueños, cargada de recuerdos.

¡Oh  Dios, sé que estás ahí... siento el vaho de tu respiración sobre los cristales de mis lentes, ¡háblale a esta anciana! ... Ves, cómo mis inconsolables y ardiente lágrimas consiguen entorpecer la escritura sobre los renglones, desfigurando las palabras con mi llanto. ¡Loado seas en el legado de mi mente que se va alejando del mundo!


...
Por eso mismo abanico el aire con mis manos, hasta el mismo tiempo viejo que se enreda por los rizos de mi niñez, desmoronando una hilera de suspiros en la humedad de mis lágrimas. Sabes que me colgaría de tu cuello como un collar de cuentas de colores, donde se forma el Arco Iris y, este, se entretendría arrogante en los penachos de las montañas, como un prisma en la promesa de la belleza de tus ojos que lo miran.

Y… -¿qué sabes más, dime, de ese más allá donde te hallas?- sí, de esta pequeñez que no se doblega por mis grises sienes, suscitando escalofríos, expuesta siempre a los sinsabores de lo impensable, porque llegas a la estación de mi mente con el número de un salmo. Pero también en la hechura de cuento de hadas en los campos minados de mis inquietos pasos, que estallan en suspiros al recordarme. Sé que te dueles por mi insistencia e infinita ausencia, creciendo lentamente sin quitarme tus alas de luz, las que me pusiste al mirarme aquella tarde mágica, no lo entenderás porque es el verdadero Dios del Amor quien las regala, aunque acuso al sentimiento no hibernar los sueños del mañana. Porque quisiera verme en tu gesto despertando a la vida, porque me estoy muriendo en otra... la tuya, y lo sabes.

Mañana, quizá, cuando me haya ido me sorprenda andando de tu mano, siendo otro ser diferente al de ahora o, como tú deseas que sea, porque temes a mi tiempo que fue el de marcar el siguiente; pero no quisiera perder la memoria de mi hoy como nunca ha sido, porque sólo de esta forma te recordaré para saber mejor la dirección de este todo que lo fue  y lo es, lleno de amor aquí en este mundo por ahora; y el que se ha detenido y retenido un instante en nuestras vidas. Porque si no es así seré de la noche vestida de lluvia o como la mañana en que la dirección única, caminábamos hacia el mismo lugar donde nacimos. ¡Y no temblaba mi brazo alzado, ni mi mano y su dedo al señalarte, temblaba mi alma por haberte hallado!

¡Eras tacto de mis manos
en la marea de los cabellos,
en los ojos de musgo del otoño
con la música del  agua y
la sonrisa embistiendo,
como una gran supernova
en una pobre estrella enana!


¿Recuerdas?... 
Me amabas y sigues sintiendo lo mismo en esa lejanía y yo, igual, eres especial, algo único en el Universo. ¡Cómo cambiar la excitación de mis sentimientos agolpados en el pecho cuando cada día te siento dentro de mí! 

Tú me conoces tanto como los duendes, porque eres vientre de mi tierra y arcilla que me alienta. ¡Cómo negarte el fuego divino en el fulgor tembloroso del amor, el único y verdadero que perdura a través de la eternidad; no hay más diferencias que las que nos da la vida dentro de ella; carne del mundo y del sexo necesidad para la especie sembrad; pero soy  mujer como guayaba madura despertando de otro ayer, o en la muerte lenta que nos separa de las raíces y la corteza del tronco universal, en el hueso calcinado de su eternidad que se aviva en la llama y renace siempre de sí misma. 
¡Si cuando cantas a la vida, mi alma se esconde para besarse a solas..! 
¿Acaso no lo sabes, Alma mía?

Aquí en esta caverna de pensamientos mi lengua se transforma convencida- La osada realidad me lleva a un precipicio inagotable de felicidad, pero bien sabe el Dueño de la misma, que sólo brillo tantas veces como Él decida en ti, para sentir su sentimiento eterno, para asegurar y aseverar a mis alas de pensamientos, que puedo volar como se desea.  

¡No se muere aún cuando se quiere, pero sí de amor cuando el nos mata!


Elisa.
 8/10